Nos vemos pronto

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Una luz tenue y azulada iluminó mi habitación. Ni siquiera abrí los ojos del todo: El móvil había terminado de cargarse.
Los abrí, en cambio, de par en par

al recordar que esa misma tarde había discutido con mi jefe por «ocupar innecesariamente un enchufe con mis efectos personales, con el consiguiente gasto para la empresa».
Giré la cabeza. Los dedos de una adolescente enclenque de pelo rubio y lacio volaban sobre la pantalla táctil.
Apreté muy fuerte los ojos y al abrirlos, de igual forma que el famoso dinosaurio, la adolescente seguía allí. Incapaz de reunir el valor para decir algo, encender la luz o protegerme debajo de mi manta, volví a cerrarlos.
Después de unos segundos la habitación quedó a oscuras y yo seguí inmóvil hasta que sonó el despertador.
Al apagarlo no pude evitar echar un vistazo rápido por las distintas aplicaciones y la galería de imagenes. Nada.
Esa misma tarde, cuando ya había olvidado el encontronazo nocturno, me llegó un mensaje de la compañia avisandome de que había consumido mis megas. Al borrarlo descubrí que tenía otro en la bandeja de enviados.
Como hacía años que no escribía uno lo abrí enseguida. Iba dirigido a un número desconocido y decía:

Siento haber llegado tarde. Nos vemos pronto. Un beso. Lucía.

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