Charlie era un tipo tranquilo, casi una sombra de persona. Siempre se cubría la cara con la capucha de su sudadera, incluso en verano, y apenas hablaba. Con todo, no podía evitar que le mirasen ya que de su mejilla derecha colgaba, flácido y pendulante, un tentáculo.
Por educación nadie en la oficina le había preguntado qué hacía aquella protuberancia de unos seis centímetros en su cara. Hacía bien su trabajo y no nos inmiscuíamos en su vida. O puede que sintiésemos miedo.
Una vez, Alice se acercó a él con un bote de pomada. Se lo ofreció y se alejó, sin decir una palabra, dándole un alentador apretón en el hombro. Todos apartamos la mirada, tensos. No queríamos ver la cara del pobre diablo si se sentía ofendido. O puede que sintiésemos miedo. Sigue leyendo «Maravillosa criatura»