Preguntas

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—     Una alumna me preguntó: ¿Señora R., por qué existiendo tantas mujeres políticas no hemos conseguido ya la igualdad? La culpa, le dije, es nuestra. No debéis esperar que alguien, mujer o hombre, os de algo que os pertenece. La próxima vez que  se menosprecie vuestro discurso, que se os ofenda, que se os agreda, que tengáis miedo por el simple hecho de ser mujer en un sitio que, se supone, no os corresponde, no agachéis la cabeza. Y no esperéis ayuda. ¡Pero señora R., las mujeres debemos ayudarnos! dijo otra alumna. ¿Cuándo fue la última vez que ayudasteis a alguien, mujer o hombre, al que tratasen injustamente?, contesté.

La profesora hizo una pausa para contemplar la reacción del público que permanecía en silencio.

—     Debemos ser conscientes de que la sociedad la formamos nosotros. Todos y cada uno. ¿Puede alguien de los que está aquí sentado, y veo que hay una apabullante mayoría femenina, levantar la mano si no ha llamado puta a alguna mujer en algún momento de su vida? —un puñado de brazos temblorosos se alzaron y ella asintió levemente—. Respóndanme ahora a esta pregunta: ¿Qué tiene que pasar para que empecemos a reacc…?

El público vio como el rostro de la profesora, serio y preocupado hacía unos segundos, se transformaba en un gran punto rojo de sangre concentrado en su ojo derecho. Los fotógrafos fueron los primeros en reaccionar. Ese día en los periódicos se vería desde todos los ángulos posibles como una bala atravesaba su cabeza.

Un país de luto, una marea de personas inundando las calles con pancartas, conmemoraciones, calles con nombres nuevos, proyectos de nuevas leyes… Había una menos pero sería la última.

¿Y quién había sido?, se preguntaban los medios. Un hombre, respondían unos, por supuesto. Pudo ser una mujer también, ¡por favor!, decían otros. ¿Ha sido violencia de género, terrorismo, un trastornado? O trastornada, ¡por favor!

Algunos dijeron que no era justo elevar a las alturas a una mujer muerta cuando otras muchas morían en el anonimato, que empezaba a oler a clasismo.  ¿Deberíamos nombrarla miembro honoraria del partido?, se preguntaban los políticos. Espera, ¿a quién votaba? Mejor le dedicamos un tuit, no vaya a ser.

Se empapelaron las redes con su foto, con lazos de todos los colores. Recordemos su mensaje, dijeron. Y empezaron a serigrafiar camisetas con su cara. Las que más se vendieron fueron las del momento de su muerte. En un alarde poético alguien había sustituido la sangre que salía de su cabeza por frases de su discurso. O puede que el de otra persona.

La familia y amigos pidieron que el entierro fuese íntimo, así que la gente se congregó en las plazas de los ayuntamientos. Las cámaras recogieron testimonios entre lágrimas: Yo estuve allí, dijeron miles, a pesar de que el aforo del teatro era de doscientas personas y apenas había congregado a la mitad. Y hablaron de ella y de sus bondades. Todo su dinero iría dedicado a obras benéficas. Espera, ¿cuánto dinero dices que tenía?

Unos se preguntaban por qué no había tenido hijos, otros reivindicaron su derecho a no ser madre. También podía haber sido lesbiana, comentó alguien. Pero las lesbianas pueden tener hijos, apuntilló otro. A mí me han dicho que en su época abortó unas cuantas veces, susurraron unas voces, que le iba la marcha. Será puta, sentenció el resto.

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Texto envíado para el concurso #historiasporlaigualdad de Zenda & Iberdrola

Un comentario sobre “Preguntas

  1. Curioso relato. A pesar de su discurso nada cambió. Y posiblemente en contra de lo que deseaba, se volvió un icono comercial. A la final calificada como no quería sean llamadas las mujeres por otras mujeres. Triste.

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