Crimen y castigo

luces-navidad

 

Emma paseaba nerviosa por el parque. Se entretenía mirando los distintos puestos de figuritas del belén, chucherías y chocolate caliente pero no dejaba de mirar de reojo la entrada por la que se suponía llegaría Ernesto en cualquier momento.

Tenía algo importante que decirle y creía que la noticia merecía un escenario como aquel, una feria que se repetía todos los años y que les permitiría volver a recordar aquel momento.

Es cierto que habría preferido decírselo en la intimidad de su piso, “perfecto para ti, para tu proceso creativo”, y decorarlo con guirnaldas y calcetines si no fuese porque a él la Navidad le parecía comercial y “otra manera de manipularnos”. Intentó convencerle de que el árbol y el acebo eran totalmente paganos pero, después de unos minutos de reflexión, Ernesto terció que debía dedicarse a escribir manteniendo intacto su “refugio de escritora”.

Ese refugio debía permanecer lo más austero posible, obviamente: una cama de 90, una mesa que se inclinaba a la izquierda, una silla que cojeaba hacia la derecha y un hornillo que tosía en todas direcciones. Cuando no llovía podía cargar la batería de su portátil del tirón en el enchufe del descansillo. Tan poco y tan apretujado. Ella no necesitaba más, “con menos Tolstoi escribió Crimen y castigo”.

Durante una semana imaginó otro escenario en su cabeza, colocó un atardecer en el cielo, al fondo un lago helado, una cabaña coqueta con chimenea humeante y luces titilantes enmarcándolo todo.

Lo único que se ajustaba a su presupuesto, sin embargo, era aquel parque.

Esa semana se le había hecho larga. Ernesto había ido a pasar las fiestas con sus familiares y amigos porque “necesito mi tiempo a solas, lo mismo que tú”, pero  ella no tenía dónde volver después de una despedida a la francesa en casa de sus padres por una discusión en la que Ernesto le había dejado claro que “tu familia no entiende tu arte y, lo que es peor, no me entiende a mí”.

Pensaba en las croquetas de su madre y la tarta de turrón de su tía cuando Ernesto atravesó la puerta del parque.

Como si sospechase lo insospechable llegó a la cita sonriendo. Emma procuró no decir nada de su ropa nueva. Habían quedado hacía tiempo en que entre ellos no se harían regalos, que no participarían en tradiciones consumistas, que su amor se demostraba de otra manera.

—     ¡Tengo tantas cosas que contarte! —dijo él.

Ella intentó dar sus noticias primero pero sabía lo mal que le sentaba que interrumpieran su discurso, así que calló. Al parecer había encontrado, durante su estancia en el pueblo de su abuela, una editorial interesada en publicar el primer tomo de sus memorias noveladas. Otra vez.

En su anterior visita, por su cumpleaños, otra editorial había tenido a bien darle mil euros para que llevase a la imprenta de su amigo Toni su “brillante y fresco” manuscrito.

Ernesto apenas paró para respirar mientras le hablaba sobre cómo esta vez emplearía el dinero en algo publicidad y diseños de portada para “engatusar al público ignorante”. Esperaba que esta vez la publicidad no consistiese en rondas infinitas en el pub de Toni y libros de literatura rusa que jamás leía.

Puede que fuera por el frío, por las luces de navidad, por el olor a canela o por el vómito de palabras que salían de la boca de su optimista compañero, pero Emma se armó de valor y le interrumpió:

—     Te quiero —dijo ella al fin, olvidando que aún quedaban un par de horas para el atardecer.

De todas las respuestas que se había imaginado -aplausos de transeúntes incluidos- él utilizó la única para la que no estaba preparada. “Un giro dramático. Eso es lo que necesita tu novela” le había dicho él meses atrás. Y allí estaba:

—     ¿Por qué?

Ella no pudo, ni supo, hacer  otra cosa más que boquear como un pez.

—     De verdad que me confundes, Emma. Yo creía que eras una mujer madura e independiente. Creía que estábamos en sintonía… Y me sales con esas. Yo no quiero casarme, Emma.

—     Yo no he dicho…

—     Sí, sí, pero sé cómo termina esto. Entiende que yo soy un artista y no puedo anclarme a nada. Además, aún no has conseguido vender tu libro y, seamos sinceros, si sigues pensando en estas niñerías románticas no llegarás a hacerte un nombre en este mundillo. Tienes que pensar en tu obra. Como yo. Entiende que si quieres hijos necesitamos más dinero.

—     ¿Hijos?

—     ¿Sabes qué te pasa, Emma? Que en el fondo adoras esta sociedad machista que oprime a la mujer. Lo supe en cuanto te llevé a la primera manifestación. No gritabas con entusiasmo. Y tampoco compartes mis publicaciones del Facebook. Hablas de igualdad pero no recuerdo cuándo fue la última vez que me invitaste a cenar o a pasar un fin de semana romántico. Los hombres también tenemos sentimientos, ¿sabes? También a nosostros nos gusta que nos mimen.

Emma dejó de boquear para levantar una ceja.

—     Mira, esto no va a ningún lado. Yo voy a estar muy ocupado con la promoción de mi novela y tú no me aportas seguridad económica. Necesito a alguien que impulse mi carrera, que me ayude a conseguir mis objetivos.

Se hizo el silencio. Emma podía oír sus latidos cambiando de un ritmo pausado, casi imperceptible, a un redoble de tambor de guerra.

—     Pero podemos seguir siendo amigos.

De todas las respuestas posibles, de todos los libros que había leído, de todas las mujeres que proclamaban puño en alto antes del fundido en negro o que se subían a una tribuna para hacer oír la voz de millones, de todas las palabras que había aprendido y que le habían hecho ser quién era, pronunció estas:

—     Te estás quedando calvo.

Y antes de que Ernesto replicase, antes de que se llevase las manos a la cinta de pelo que pretendía cubrir lo imposible dijo:

—     Y Crimen y castigo es de Dostoievski. Gilipollas.

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Texto envíado al Concurso de cuentos de Navidad de Zenda

4 comentarios sobre “Crimen y castigo

  1. Hola, Ira.

    Si no te molesta te digo unas pocas cosillas que creo haber visto. No te lo tomes a mal. Si no las ves oportunas mándalas directas a la basura 🙂

    En el cuento hay alguno de esos ‘—mente’ y ‘seres’ que tanto me irritan, pero muchos menos de los que me encuentro en lecturas ‘profesionales’. Y eso lo agradezco, la verdad. De gusto leer de vez en cuando a alguien que no siembra modales por todas partes, ni que inserta un verbo ser como quien arroja granos en un sembrado.

    He encontrado algún despiste, como esa U detrás de los dos puntos en ‘obviamente: Una cama de 90’, que debe ser minúscula.

    Por cierto: me ha encantado esa secuencia/descripción de los muebles y sus ‘lateralidades’.
    En ‘en algo publicidad’ creo que te falta un ‘de’.

    El tema con la puntuación siempre me obsesiona. Y como me obsesiona no te voy a dar la brasa con ello. Sólo te voy a mostrar un ejemplo de algo que creo que se podría cambiar: en ‘Durante una semana imaginó otro escenario en su cabeza, colocó […]’ sustituiría la coma por unos dos puntos.

    No sé si se debe al editor web, la hoja de estilos o qué, pero esos espacios entre las rayas marcando diálogo y la primera palabra de los mismos sobran. Y en ‘imaginado -aplausos de transeúntes incluidos- él’ los guiones se deben cambiar, como para todos esos incisos, por raya (‘—’).

    Lo de Tolstoi, tal y como aparece la primera vez, me daba la impresión de que lo decía Emma, no que se lo espetaba Ernesto. Quizá habría que aclarar ese detalle, por ejemplo así:
    Ella no necesitaba más. Ernesto se mostraba de acuerdo con esa sobriedad: “Con menos Tolstoi escribió Crimen y castigo”, había dicho él una vez.

    Por cierto: en mi amuermamiento lo leí y ni me di cuenta de la salvajada 😦 ¡Vaya error! ¡Y horror!

    Por lo demás, la historia se me ha hecho agradable. Me temo que la falsedad (el ‘no me gusta nada la navidad’ de cara a unos que se convierte en ‘hay que hacerlo, y regalar, y cenar’ con otros), ese egoísmo y egocentrismo estúpido de Ernesto está al orden del día. Las chorradas esas del Facebook estoy seguro que alguno (o alguna) las ha soltado como ‘argumento’ para defenderse, o para arróstraselas a otro.

    Aunque espero no quedarme calvo al decir esto 😉

    Un saludo.

  2. Hola, Ira:

    Lo prometido es deuda y por aquí vengo a comentarte este relato que me llamó la atención el otro día.

    Veo que Juan ha sido muy, muy exhaustivo en sus correcciones, por lo que no me repetiré (además, he visto que casi todo está corregido). Coincido con él en que “Con menos Tolstoi escribió Crimen y castigo” me pareció que lo decía ella. Cierto, no lo dice, pero está escrito de una manera que puede llevar a error. Yo lo dejaría más claro, más que nada porque si no el final pierde toda su fuerza.

    El relato me ha gustado. Eso sí, no he podido evitar sorprenderme con la confesión de la protagonista después de toda la descripción sobre Ernesto. Está claro que estamos ciegos en lo que el amor se refiere. Menos mal que el otro no le da bola y sigue en su atalaya y ella se da cuenta de que no merece la pena y deja de idealizarlo.

    Seguiré leyendo cositas tuyas porque me ha gustado tu estilo ^^

    Un saludo imaginativo…

    Patt

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