…John se preguntó qué pasaría si retaba al Creador. ¿Le fulminaría con un rayo? Cualquier cosa era mejor que desaparecer sin más, así que corrió hacia la puerta… – del relato Phillies Dinner
Apareció dentro de una sala abarrotada. Primero pensó que se trataba de un trastero, pero oyó una música suave que le hizo replanteárselo.
– ¡Por fin! Ten y siéntate, por favor –le dijo una mujer joven y atractiva mientras le ofrecía una taza de té y señalaba un viejo sillón de orejas.
John obedeció y la contempló ensimismado mientras ella seguía revolviendo por la cocina. Todo allí era un disparate. Esa pequeña habitación contenía todos los muebles que hubiese podido contener una casa de tamaño medio apretujados y puestos en un aparente caos que, una vez la vista se acostumbraba, le daban un aire acogedor a la estancia.
– ¿Dónde estoy? –preguntó-. Y… ¿quién es usted?
– Obviamente, estás donde tienes que estar. Yo soy Agatha, pero por aquí me llaman La Bruja, ¿y usted?
– Claro, lo siento: Yo soy John… -intentó recordar su apellido pero fue incapaz-. ¿Bruja?
– Mentira –dijo la mujer tajantemente.
– ¿Perdón?
– No te llamas John. Obviamente. ¿Qué recuerdas de tu vida antes de la nevada?
– ¿Esto es otro limbo? ¿Sabe cómo salir de aquí?
Unos fuertes golpes en la puerta que daba a la calle pusieron fin a la conversación. Agatha puso los ojos en blanco, suspiró y salió de la sala mascullando algo. John se asomó a la ventana para poder ver al que armaba ese estruendo, pero los cristales estaban pintados de negro. Aún así pudo oír como un hombre entraba enfurecido gritando en un idioma que desconocía. Agatha le respondía en un tono calmado, como si estuviese hablando con un niño, aunque por el sonido de sus pisadas bien hubiese podido ser un gigante.
De repente las voces cesaron y la puerta de la habitación se abrió. Agatha señaló al interior y el desconocido, que efectivamente medía más de dos metros, asomo su enorme cabeza para quedarse boquiabierto contemplando a John. Agatha y el intercambiaron unas palabas en ese extraño idioma, más calmadas ahora, y el hombre se fue sonriendo.
– Bueno, esto no debería haber pasado. Pensé que tendría más tiempo contigo a solas. Ahora voy a tener que presentarte a los demás. –se lamentó Agatha.
John le empezó a contar a Agatha su historia: cómo había aparecido en un extraño restaurante, cómo se había enterado de que en realidad sólo era un personaje olvidado de alguna historia y su firme propósito de seguir su propio destino sin importar qué o quién lo hubiese escrito de otra manera. Ella asentía mientras se cambiaba de ropa tras un biombo. John se dio la vuelta tan pronto como vio sus intenciones pero demasiado tarde para poder borrar de su mente la sombra de su silueta.
– Démonos prisa, no quiero más visitas –dijo saliendo de detrás del biombo perfectamente ataviada para ir a una fiesta.
Salieron del extraño edificio, estrecho hasta lo imposible por fuera pero considerablemente más amplio en el interior, para dirigirse a La Mansión. Agatha explicó que así se llamaba el sitio dónde se reunían. Empezó a sentirse más confuso en ese mundo que en el anterior y decidió que era hora de aclarar algunas cuestiones.
– ¿Podría explicarme algo mientras caminamos hacia allí? Por ejemplo, por qué sabía que iba a aparecer en medio de su casa y por qué cree saber más sobre mí que yo mismo…
– Creo que alguien que no conoce su apellido no debería plantear esa última pregunta, obviamente. –Agatha sonreía.
– ¡No daré un paso más si no…!
– ¡Está bien, señor dramatismo! Eres un catalizador de historias.
– ¿Un qué?
Pero Agatha no volvió a hablar hasta que llegaron a La Mansión.
A simple vista La Mansión podría parecer una casa de campo a medio derruir pero, tras recorrer varios pasillos llenos de vasijas griegas, armaduras medievales, retratos renacentistas y barrocos, esculturas de mármol y objetos extraños, John empezó a entender el por qué de su nombre.
Llegaron a unas puertas de cristal grabado custodiadas por un par de hombres vestidos con unos trajes llenos de encajes, hilos dorados y complicados bordados que las abrieron a su paso mientras les presentaban como La Bruja y El Hombre. Tras las puertas había un inmenso salón de baile de suelos de mármol y columnas de jade en cuyo centro se erigía una gran fuente de plata labrada que en esos momentos permanecía vacía. Todos los invitados a esa inesperada fiesta sonreían felices y parecían conocerse y apreciarse entre sí. Agatha le aclaró que celebraban el solsticio de verano.
– ¿Ellos son “los otros”? –preguntó John confundido.
– Ellos son… unos amigos que me deben muchos favores –contestó ella con una media sonrisa-. Tendrás tiempo de conocer a “los otros”.
Cuando entraron muchos se abalanzaron sobre John ansiosos por conocer al acompañante de su anfitriona. Una mujer cuya voz chillona se elevaba entre aquella multitud cogió a John haciendo aspavientos y le hizo acompañarla hasta un sillón de terciopelo para charlar.
– Tienes mucha suerte –dijo la mujer después de quedársele un rato mirando de arriba abajo-. Eres uno de los favoritos de La Bruja. Tienes que serlo. Nunca antes se había presentado con alguien del brazo, y mucho menos anunciándole con ella a su entrada.
John se sonrojó.
– ¿Qué saben de ella? -preguntó comprobando que la eludida se encontraba lo suficiente mente lejos y distraída para no oírle.
La escandalosa mujer le explicó que La Bruja compartía su sabiduría y “milagros” a cambio de pequeños favores. Si tenías suficiente dinero o contactos podías entrar en el exclusivo club de sus protegidos. Ella cuidaba de sus negocios y ellos cuidaban de ella, o al menos eso creía esa mujer. John estaba seguro de que Agatha no necesitaba ninguna protección.
Volvió al centro del salón dónde los camareros no dejaban de pasar bandejas con champagne. Cogió una copa y acabó con ella de un trago, estaba siendo un día largo. Aprovechó para echar una mirada rápida a los invitados. Ninguno parecía tener más de treinta años. Estaba claro que Agatha hacía algo más que ayudarles en sus negocios.
Mientras escrutaba a sus protegidos la vio bailando con un joven cerca de la fuente. Cogió otra copa de champagne que volvió a vaciar y se acercó a ellos.
– ¿Me permite? –dijo en un tono cortante mientras se llevaba a Agatha hacia la otra punta de la sala.
Bailaron y bebieron durante horas hasta que John tuvo que sentarse para no caerse redondo.
– Debería llevármelo a casa… -oyó la voz de Agatha a lo lejos.
– No tenemos tiempo –dijo otra mujer, que se acercó y le ofreció una bebida caliente.
La bebida hizo el milagro y pudo recomponerse. Agatha le ayudó a salir de la sala. Mientras salían la música se detuvo y pudo ver y oír como entraban varios niños de unos seis años primorosamente vestidos entre la ovación y los gritos de los invitados. Unos criados los metieron dentro de la gran fuente de plata. John continuó oyendo los llantos de los niños una vez las puertas de cristal se cerraron y se alejaban pasillo tras pasillo hasta que los sollozos casaron de repente. Estaba demasiado mareado para saber si esos niños eran reales o sólo un sueño de borracho.
Al final del último pasillo se erigían unas enormes puertas de acero. No tenían nada que ver con la decoración que había visto hasta ese momento y eso hacía que fuesen aún más inquietantes, ¿qué necesita ser encerrado con tamañas puertas?
Se desilusionó un poco cuando se abrieron. Daban a una sala no muy grande simplemente amueblada por una mesa redonda de madera de roble. A la mesa estaban sentadas tres mujeres y dos hombres, aunque había sillas para nueve. Dos de los asientos vacios estaban cubiertos por telas, una negra y otra amarilla, el último asiento de sobra supuso que sería el de Agatha.
Sólo conocía a uno de los integrantes de tan estrafalario grupo: el gigante, que resultó llamarse Víctor. Agatha fue presentándole uno a uno al resto: Una mujer pelirroja con ojos de gato llamada Sinead; un hombre corpulento que llevaba un abrigo de piel a pesar del calor que hacía en esa sala, al que llamaban Rollo; y otras dos mujeres, gemelas, que apenas hablaban y no dejaban de mirarle haciéndole sentir incómodo.
Las respuestas llegaron sin necesidad de que John abriese la boca. Él era, efectivamente, un catalizador de historias y ellos, personajes de historias incompletas, lo necesitaban. Llevaban mucho tiempo (puede que siglos, puede que centurias, ya que el tiempo entre historias era imposible de calcular con precisión) sin poder avanzar. A diferencia de John, ellos sí tenían un pasado que recordaban y un lugar al que pertenecían, habían tenido la suerte de no ser enviados al limbo ya que El Creador les había otorgado poderes maravillosos. Él había puesto mucho empeño en concebirlos pero llegados a un punto había perdido interés y se habían quedado atascados. Sinead, por ejemplo, estaba en medio de un periplo para encontrar a su marido perdido en una guerra cuando de repente no supo hacia dónde ir.
– Fue como si todo lo que había un minuto antes en mi mente, todo lo que me había llevado a ese punto y todo lo que sabía que tenía que hacer para encontrar a mi marido, hubiese desaparecido. Era inútil intentar recordar porque simplemente ya no estaba allí…
John la entendía aunque no podía ni imaginar su sufrimiento, el no recordaba haber amado a nadie.
Agatha le explicó que había dedicado casi toda su existencia a buscar la forma de crear portales entre historias para reunir a más cómo ella para ayudarse entre sí a burlar al Creador. Finalmente había encontrado una historia acabada dónde podían convivir mientras encontraban una solución a sus problemas.
De repente se percató de algo:
– Entonces, ¿no somos reales?
– Depende de a quién le preguntes –dijo Rollo con una voz que hizo temblar las paredes-. Algunos ni siquiera saben que existe un Creador, son simples personajes secundarios, planos, con vidas insignificantes y que no son conscientes de su propia existencia. Aunque de la noche a la mañana aparezcan en un “limbo”, como te ocurrió a ti, ellos siguen sin cuestionarse nada–dijo levantando una ceja y meneando la cabeza-. Ya sabes lo que pasa allí, los personajes desaparecen si no son rescatados por Él. Después están los que conocen las reglas del juego, dentro de este grupo hay muchas facciones: Están los que asumen su destino, o su falta de él, y siguen con su existencia; los que no lo soportan e intentan suicidarse; los que se recluyen y se dedican a la meditación; los que intentan destruir al Creador… –dijo echándole una mirada llena de significado a John.
– Hay muchos mundos. Muchas historias que sí siguen su curso. Nosotros somos partículas en un océano infinito –dijeron las gemelas al mismo tiempo, para no volver a hablar más.
– ¿Y vosotros qué sois? ¿A qué facción pertenecéis? –John las ignoró deliberadamente, ni siquiera las miraba.
– Nosotros, obviamente, no somos cómo los demás –aseguró Agatha-. Nosotros somos poderosos por que El Creador lo quiso así, pero aunque se haya olvidado de nosotros es imposible para Él deshacer lo que ha hecho.
– Pero podría fulminarnos a todos con un rayo en este mismo instante. –dijo John.
– El Creador nos olvidó hace mucho y mientras no hagamos nada que consiga llamar su atención todo irá bien –Agatha hablaba ahora con un ligero temblor, con miedo, incapaz de mirar a John a la cara, ¿qué estaba ocultando?
– Pero necesitamos seguir con nuestras historias –intervino Sidead- y tú eres nuestra única esperanza: Un catalizador perdido entre historias. Tú has conseguido escapar del limbo para colarte en otra historia. Él no sabe de ti, o por lo menos no te cree importante, pero tú tienes el poder de empezar la acción, de mover la rueda.
Aquella gente esperaba mucho de él y eso no le hacía sentirse cómodo. Ellos mismos le habían reconocido que eran seres poderosos, ¿cómo se tomarían el que no les fuese útil? Desde luego él no tenía ni idea de cómo ser un Catalizador.
– Tranquilo, no tienes que hacer nada. Simplemente tu presencia hará que las cosas fluyan. –dijo Rollo como si supiese en que estaba pensando… lo que le hizo creer que quizá así fuera-. Ven, te enseñaré el jardín.
Después de atravesar las puertas de hierro y pasar por varios pasillos, que juraría no estaban allí antes, salieron a un jardín inglés lleno de flores exóticas. Rollo le explicó que era él quien lo cuidaba. John no pudo evitar pararse en seco y volver a mirarlo de arriba a abajo, no le entraba en la cabeza que ese hombre de apariencia tan ruda tuviese el gusto y la delicadeza de hacerse cargo de ese jardín.
– Son preciosas –dijo John señalando a unas flores rosas e intentando disimular su descaro anterior.
– Son “Venganza de viuda”, mortales con sólo tocarlas –aclaró Rollo
John pegó un salto, lo que provocó en Rollo la carcajada más sincera y estridente que jamás hubiese oído. Le caía bien ese hombre, era como haberse encontrado con un viejo amigo.
– No te puedes fiar de las apariencias, ¿verdad? Las caras bonitas no son siempre inofensivas… ¿Sabes cómo disparar?
– Ya no hablamos de flores –no era una pregunta.
– Estás rodeado de gente que podría matarte con unas cuantas palabras y unas gotas de sangre… puede que con menos. Necesitas algo para igualar la balanza. Una en la cabeza y otra en el corazón –dijo entregándole un revólver antiguo con cachas de madera de serval.
John cogió el arma.
– Ahora mismo desearía no haber entrado nunca en aquél restaurante…
– No te creo ni por un momento –contestó Rollo y volvió a reír.
– ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Cómo consigo que tu historia avance?
– Yo no tengo historia –dijo mirando al suelo-. Los míos se extinguieron hace tiempo. No sé por qué yo sobreviví, pero no tengo historia a la que volver.
– ¿Y qué haces aquí con ellos?
Rollo le miró fijamente y por un instante sus ojos se volvieron amarillo brillante antes de decir:
– Vigilar
Agatha se presentó por sorpresa para arrastrarle de nuevo dentro, aunque para entonces John ya tenía el arma escondida en su chaqueta.
Decidieron entre todos que Sinead fuese la primera en utilizar su ayuda. Agatha le entregó a la mujer un saquito en el que debía introducir una gota de su sangre y luego arrojarlo al suelo. Eso abriría el portal a su historia. John debía seguirla muy de cerca para evitar consecuencias desagradables. No necesitaba saber a qué se refería, quería acabar con todo aquello lo antes posible para que Agatha le buscase una historia en la que pudiese seguir su propio camino.
Al arrojar el saquito se produjo una explosión de luz.
– ¡Deprisa, cruza al otro lado! –le gritaba Agatha.
Corrió sin saber hacia dónde iba hasta que chocó con su compañera de viaje. Habían aparecido en un cruce de caminos.
Sinead le explicó que allí era donde ella y su pequeño ejército se habían quedado en blanco años atrás. Ahora sólo estaban ellos dos y John esperaba con toda su alma que ya no quedase ni rastro de la antigua guerra. Sinead esperaba todo lo contrario…
Ella insistió en que escogiera una dirección, puede que no llevase directamente a su marido, pero al menos la acercaría a su destino.
El viaje parecía que iba a ser largo así que se aventuró a hacerle unas preguntas. Quiso saber quiénes eran esas siniestras hermanas y cuál era su historia.
– Son videntes. Una de ellas ve el futuro y otra el pasado. No me preguntes cuál es cuál. Tampoco sé mucho sobre su historia. Aparecieron un día y Agatha dijo que nos serían de mucha ayuda. Sólo hablé con ellas una vez, para preguntarles si veían en mi futuro un reencuentro con mi marido. No me contestaron, sólo sonrieron–Sinead se quedó en silencio unos segundos-. He luchado en muchas guerras y he visto muchas cosas –añadió, moviendo la cabeza.
John esperó por un final de la frase que nunca llegó. Estaba claro que no debía acercarse mucho a esas mujeres si provocaban esos sentimientos en alguien que dirigía ejércitos.
– ¿Y qué me dices de los dos asientos que sobran, los que están cubiertos por telas?
– El negro es un color de luto y el amarillo… es el color de los traidores.
Un escalofrío le recorrió la espalda, tenía que alejarse de esa gente cuanto antes: brujas, venenos, muertes, traiciones y…
– ¿Y los niños…? –dijo esperando que ella no supiese a lo que se refería.
– No son reales, nada lo es aquí.
No era la respuesta que esperaba. Sinead frunció el ceño y se pasó en silencio varias horas. Estaba claro que no había conseguido ganarse su amistad con sus preguntas. Se arriesgó mucho con la última:
– ¿Quieres hablarme de tu marido?
– Es un buen hombre. Una vez se lanzó a un lago para recuperar un pendiente que había perdido. Se los había cogido a mi hermana sin pedir permiso… El no sabía nadar así que tuve que ir yo a sacarlo…
El resto del camino no dejó de sonreír. Al parecer eso era lo único real para ella, las vidas de otros no parecían ser tan importantes. John pensó nada más verla que era la única alma caritativa del grupo, la que haría lo correcto por encima de todo, pero la vida de su marido no era un precio que estuviese dispuesta a pagar. John quería estar enfadado con ella pero no podía, había algo en su mirada felina que le decía que las almas de muchos pesaban ya sobre su conciencia.
Anochecía en el campamento que habían improvisado cuando oyeron un chirrido y una luz los cegó por unos instantes. Cuando consiguió abrir de nuevo los ojos Agatha y Víctor estaban allí. Ella estaba muy nerviosa y él asustado. Había pasado algo malo.
– Vamos John, tenemos que irnos.
– ¿De qué hablas? ¿Qué ha pasado?
– Viene por ti.
– No voy a devolvértelo hasta que…
Dos disparos callaron a Sinead. Víctor empujó a Agatha y se lanzó a socorrer a su amiga pero ya era demasiado tarde.
– ¿Qué has hecho? Dijiste que…
Sólo hizo falta un disparo para acabar con Víctor que comenzó a tomar forma de corteza para acabar desapareciendo en una brisa de serrín.
– Estás en peligro John, he venido a ayudarte.
Mentía, pero no era tan estúpido como para enfrentarse a una bruja con un arma, así que sólo pudo seguirla de vuelta a su casa.
Agatha parecía fuera de sí. Hablaba otra vez en un idioma desconocido para John, puede que en más de uno. Rebuscaba entre sus frascos y libros y empujaba a John cada vez que se interponía en su camino, cosa que dadas las reducidas dimensiones de la sala era cada minuto.
John se quedó quieto en una esquina para evitar los golpes y pensó que había arriesgado mucho en busca de respuestas, que había confiado en que esa gente las tenía, en que todo iría bien si permanecía a su lado. Ahora todo estaba perdido, era imposible desafiar a un ser omnipotente, ni siquiera ellos que eran supuestamente poderosos y especiales podían.
En uno de los arrebatos de Agatha un libro cayó al suelo, junto a sus pies. El título era “Deus ex machina”. Lo recogió y leyó la primera página que abrió al azar: “…La mujer recorría la abarrotada habitación como un tornado desesperada por encontrar la poción que la liberase. Sabía que era arriesgado, pero la situación lo exigía. Abriría una puerta a otra historia olvidada y empezaría de nuevo, reclutaría a otros como ella, otros seres poderosos y esta vez todo sería distinto. Cuando comprendió que le habían robado el ingrediente principal, se sentó en su viejo sillón para pensar. No era a ella a la que buscaban después de todo. Podía entregarle al Catalizador y, mientras estuviese entretenido con él, buscar otra puerta y huir. O quizá si era ella misma quien lo mataba…”
John dejó de leer cuando Agatha gritó:
– ¡Malditas seáis! ¡Viejas arpías ladronas! ¡Os enviaré directas a la habitación de las mil puertas…!
Cuando se sentó en su sillón, John ya había sacado la pistola: Una bala en la cabeza y otra en el corazón.
…Llamé a la puerta y esperé. A los pocos segundos salió a toda prisa un hombre que me tiró al suelo y desapareció calle abajo… -del relato La Bruja
CONTINUARÁ…